El atraso político que inmerecidamente padece la sociedad dominicana bloquea su mirada hacia adelante y la ata al pasado, produciendo una suerte de anomia que le impide dar saltos cualitativos en términos de desarrollo.
El principio de ese mal está en la estructura clientelar de los partidos, perfectas fábricas de “sujetos imprescindibles”, de “entes predestinados” que se creen parte de una casta inobjetable y purificada para dirigir siempre el destino de la nación
Por tal razón, ese clan político, que es añoso y pendular, está siempre retornando o tratando de anclarse en el poder, ya sea directamente o a través de terceros manipulables que garanticen la vigencia de la ración del boa, la impunidad y el secuestro de las instituciones.
Es increíble que un parque jurásico político –muro de contención del relevo generacional y valladar de la transición- encuentre vigencia en un país con un 58% de la población entre 15 y 54 años.
Es una República Dominicana joven irónicamente maniatada con las gruesas cadenas del ayer, encarnadas por presuntos líderes que representan apenas al 7% de la sociedad desde el punto de vista etario, pero que se creen los redentores de todos.
Es patético cómo estos personajes se presentan al ruedo sin ningún rubor levantando promesas sobre lo que nunca hicieron, solicitando oportunidades para reeditar su fracaso y abordando con una criticidad hipócrita y burlesca problemas que debieron haber resuelto, pero que irresponsablemente postergaron.
Estamos como sociedad ante una indiscutible tragedia que empeora con la naturaleza de las denominadas alternativas políticas: círculos de radicales sin encanto, que se hacen las víctimas del liderazgo tradicional para solapar su incapacidad de provocar una ruptura digna con el estatus quo.
Con un tropel de dinosaurios por un lado y una pléyade de alternativos impotentes por otro, nos toca, sin ser pesimistas ni catastróficos a ultranzas, un salto al vacío o una prolongación de la atadura que nos depara tres o cuatro décadas de rezago.
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