“Yo entregaré la partitura y los funcionarios tendrán que ejecutarla, porque me percataré personalmente de garantizar que así ocurra”.
El contenido corresponde a un tweet del 12 de marzo de 2012 emitido a las 5:17 de la tarde por la cuenta @DaniloMedina, entonces candidato a la Presidencia de la República.
Ese compromiso de campaña fue tomado muy en serio y su impacto se refleja en la huella de decenas de artículos de opinión, comentarios televisivos, radiofónicos y titulares de periódicos que ha generado.
Desde mi óptica, a cuatro años y seis meses gobernando, el presidente Medina tiene grandes oportunidades de honrar sus palabras, llevarlas al mundo de la concreción, ayudando a recomponer la imagen de su gestión sobre la que soplan vientos huracanados.
Ahora más que nunca el mandatario requiere un equipo de Gobierno enfocado, armónico, trabajando con sentido de hormigas, con resultados basados en la fuerza de los hechos y puestos en escena con la mayor eficiencia posible para lograr su entendimiento de parte de la sociedad.
Medina, que ha celebrado reuniones recientes con sus funcionarios claves y les ha exigido transparencia y pulcritud en la administración pública, podría dar pasos más adelantados si, además de los aspectos éticos, pasa revista a a eficiencia de sus servidores.
No debería ser tolerable que las instituciones públicas estén llenas de pseudo funcionarios haciendo labores de hienas, atentas al ataque alevoso y nocturnal contra sus superiores o compañeros, para derribarlos y sucederlos con toda la mala intención de fundar negocios personales en el espacio estatal.
Desde afuera abundan los dardos envenenados contra el Gobierno, pero desde dentro las flechas son numerosas y más letales. Esto supone una actuación urgente contra la conspiración interna, barriendo a los entes retorcidos que desentonan, bloquean los avances y hacen lo indecible por apostar al fracaso del otro.
Cada quien tiene legítimo derecho a evolucionar como servidor público, a ascender en base a sus méritos y desempeño, pero cuando la mediocridad, el egoísmo y la falta de moral se unen al complot como vía de promoción, se cae en la aberración.
Y gente aberrante es lo menos que se requiere en estos momentos de riesgo reputacional, de asedio y construcción de percepciones.
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