Académico con metas políticas, esforzado en alcanzar la superación a través de la educación, elevando su espíritu humanístico. Fue rector de la más antigua universidad del nuevo mundo y recibió múltiples reconocimiento por su desempeño y aportes. Estaba posicionado como un maestro respetable que honraba a su organización política.
De repente se convirtió en víctima de una bala asesina disparada por alguien que asumió la vía pública como un espacio selvático de persecución tenaz y cacería o receptáculo de los más bajos instintos donde la ley no existe.
Aspiraba a senador y podía ser de esas escasas piezas que confieren calidad al ejercicio político, un ecosistema poblado de truhanes, oportunistas focalizados en servirse antes que servir, buscando ascenso social para organizar negocios, no importa lo impúdico que sean, y crear de esa manera una base de capital que sirva de plataforma a sus proyectos de poder.
Curtido bajo el ala de un negocio turbio disfrazado de sindicalismo, en el que sobran la hamponería y el chantaje, a veces con imposiciones a sangre y fuego, el ejercicio de la fuerza y la frecuente violación del orden público, el presunto victimario es un aspirante a diputado por el mismo partido de la víctima.
Representa uno de los sectores que más atraso insufla a la economía: el transporte de carga en condiciones monopólicas que genera un impacto altamente negativo en la cadena de precios y, por supuesto, pobreza.
Es decir, dos perfiles contrapuestos, moralmente irreconciliables y, probablemente, con grandes asimetría en la visión política, procuraban representarnos en el Congreso Nacional. Es un cuadro que se repite mucho y que define la complejidad de las cámaras legislativas, en la que conviven los méritos bien ganados con la astucia de baja ralea y gente de la más dudosa reputación.
Los partidos políticos tienen que revisarse y parar la resistencia a una reforma que los convierta en organizaciones estructuradas para servir al país, propiciar la supervivencia de la democracia, la paz social y el desarrollo con rostro humano.
La muerte del rector Mateo Aquino Febrillet debería, más que levantar un muro coyuntural de lamentaciones con mensajitos sentimentaloides, constituir un punto de partida para erradicar el tigueraje de los partidos políticos.
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