En el contexto de su decisión soberana de establecer una política migratoria sin precedentes –un aporte histórico del gobierno de Danilo Medina- República Dominicana ha estado bajo el riesgo de convertirse en un balón que Haití patea a nivel internacional para anotar los goles de la mala percepción en nuestra contra.
En este fenómeno subyacen elementos causales que vale la pena enunciar, porque los hechos dan cuerpo a la famosa expresión bíblica “los padres comieron las uvas agrias y hoy los hijos sufren la dentera.”
Nuestro servicio exterior ha sido –con las honrosas excepciones de un puñado de excelentes diplomáticos en diferentes tiempos- una hechura del clientelismo y de las prácticas populistas que etiquetan el ejercicio político local.
En lugar de crear una carrera con estricta selección de gente idónea y una estrategia definida, nos dedicamos a pagar favores donando embajadas, consulados y otras funciones diplomáticas a ineptos y corruptos que han hecho del servicio exterior una caricatura lucrativa con la que pierde el país y ganan sus bolsillos.
Con la influencia de esa polilla es impensable que la política exterior pudiera ser un vehículo de construcción de confianza bajo relaciones duraderas, un generador de alianzas estratégicas o un creador de las mejores percepciones en el mundo acerca del pueblo dominicano.
Por el contrario, estos desmanes diplomáticos – o aquellos vientos que trajeros estos lodos- nos han hecho como país un sujeto bajo permante sospecha de nuestros interlocutores y esta ha sido la gran contraindicación para los momentos de crisis como los que hoy enfrentamos.
Esa, y no otra, es la razón por la que parecemos estar solos en la arena internacional, recibiendo pellizcos de todo el mundo, siendo incomprendidos y vapuleados, pese al formidable esfuerzo (aunque muy reactivo) desplegado por el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Si a esto adicionamos el hecho de que Haití cuenta con una tradicional escuela diplomática y es hábil comunicando desde el chantaje emocional basado en su pobreza secular, la verdad es que estamos muy mal. Ojalá que esto sirva para reinventar nuestra política exterior.
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