Ahora que la educación financiera está en boga y, cual oleada optimista y encantada, todos quieren hacer sus aportes (instituciones reguladoras, diseñadoras de política monetaria, empresas, bancos y personas individuales) me resulta oportuno compartir algunas reflexiones que expuse en un panel organizado por el Banco Central en el contexto de la II Semana Económica y Financiera.
Si la educación no transforma ni crea entes conscientes, responsables, críticos y libres para tomar decisiones, viene a ser puro adoctrinamiento, evangelización, captura y fidelización, que equivale a la creación de esclavos ideológicos, arrodillados ante esos dioses contemporáneos que son las marcas.
Son loables los esfuerzos por articular una estrategia de educación financiera que, desde mi óptica, debió haber formado parte de la Estrategia Nacional de Desarrollo y ser vista como pieza integral de un plan de nación, pues el analfabetismo en la materia es sistémico sin importar capas sociales.
Veo ejercicios basados en la buena intención, especialmente en elementos efectivos de comunicación, pero los frutos jugosos esperados se obtendrán si damos pasos más allá de la publicidad, las campañas, controlando la dispersión, el ruido y el protagonismo.
El corazón de la estrategia debería ser introducir la educación financiera en el curriculum de las escuelas para arrancar desde la edad temprana y así formar a los nuevos ciudadanos, al relevo. El analfabetismo financiero es alto en el país; combatirlo en adultos, donde se ha enraizado, supone un esfuerzo titánico sostenido en el tiempo para un cambio cultural.
Mantener la vigencia de la Semana Económica y Financiera es también fundamental como ejercicio institucional y unificador, siempre que en forma creciente sea un espacio ferial creativo, diverso, con mensajes de impacto y demostraciones que faciliten la comprensión del sistema financiero por sujetos libres, abonando la confianza y la credibilidad; no destruyéndolas. Para aprender también hay que creer.
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