La honradez es un valor incómodo, antipático, indigerible, ríspido y odioso. No es paradigmático ni referencial. Es álgida, poco jugosa, ladrillezca y no motiva historias ni anécdotas de interés. Los cuentos más aburridos, cargados de somníferos que prodigan bostezos largos, de esos que traen desencaje mandibular, están basados en espisodios de honradez, que suelen provocar pena y conmiseración.
La honradez es generalmente un blanco preferido para ataques, murmuraciones y motiva conspiraciones, asonadas, serruchaderas de palo, golpes para derribar y asechanzas. La horandez unifica en su contra a los espíritus malignos, inspira la formación de asociaciones de malhechores, subleva a los sujetos gansteriles y causa la rebelión de los ladrones.
La honradez no tiene sentido de marketing. No vende. Sus derivados no sirven para buenos titulares, no promete editoriales ni inspira ensayos. No es viral ni sirve para engagement en las redes sociales ni provee citas citables para la posteridad.
Lo peor es que no permite buenos negocios ni es apta para ganar trofeos. ¿Ha visto usted alguna vez un concurso de honradez?
La honradez es opaca, desgreñada, mustia. En forma corpórea es como un jinete azotador del apocalipsis que nadie quisiera ver en sus sueños ni en sus vigilias. Es algo para orates, una preferencia de gente que está “muy atrás” y que nada contracorriente en el club de los pendejos.
En fin, la horadez es de perdedores, un ejercicio que aisla y constituye la peor desgracia contra la acumulación originaria y patrimonial. Es un verdadero riesgo para la ganancia fácil, un terrible valladar contra el pago de cuotas, sobornos, mordidas, tajadas, coimas, el módico veinte, la comisión normal, de ley o reglamentaria.
Es compresible que personas honradas sean diariamente destripadas, su cuerpo abierto con el violento bisturí de las lenguas viperinas. Es el sacificio elevado al dios del hurto, tan adorado y alabado. La honradez es una tarea muy fuerte, difícil de sobrellevar. Aun así hay gente capaz de ser honrada. Increíble.
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