Domingo en la noche. Puerta del Sol. Santiago. Tras una larga jornada (no sabemos aún en qué pasos andaba por esos predios), Bolívar Valera hizo un recorrido obligado por las frituras y centros de «picalonga» y otras minucias gastronómicas callejeras, hasta que llegó al lugar soñado de todo buen comensal «todo-terreno».
La agonía vencía el insaciable estómago de El Boli, quien ganó tamaño en su adolescencia, cuando estaba en pleno desarrollo, gracias a sus platos callejeros que todo buen muchacho suele degustar en los puestos de fritura del barrio. Ya lo dijo Al Pacino en Carlito’s Way: «El barrio, estamos de vuelta al barrio, y nada como lo que sucede en estas calles». ¿Recuerdan? Bueno, algo así rememoraba Pachino en uno de esos pasajes.
Pero volvamos al Boli. Ese muchacho «bonachón» que, como cualquier mortal, se detiene en una esquina y pide un surtido de esos alimentos insospechados que enriquecen el paladar. Sus tostones, papitas fritas, carnitas, salami de mayita… y cualquier otro sabor friturero que no pudimos identificar en el «platazo» que inmortalizó El Boli en su Instagram.
La imagen quedará para la historia. Y las historias de El Boli en las frituras de la capital y cualquier punto estratégico ubicado en cualquier otra ciudad del país (el hombre viaja más que un político en campaña), están escritas para no olvidar. Dieta? Se preguntó Valera con el plato ante su rostro expectante. Sí, pero mañana. Esta noche salió a recorrer las calles porque, según su filosofía, #soloseviveunavez.
Comentarios