VÍA CONTRARIA
El sábado, una señora pueblerina que atiende una cafetería me preguntó: ¿Es verdad que van a derrumbar la loma Miranda?
Objetables o no, las manifestaciones que últimamente se realizan en el país a favor de la preservación del ambiente son importantes porque ponen en la agenda nacional un tópico al que, como isla con muchas fragilidades y grande pasivos ambientales, siempre le dimos de lado.
Los temas del ambiente nunca fascinaron a los políticos dominicanos adheridos a enfoques cortoplacistas y clientelares. Es ahora cuando el empresariado empieza a dar ciertas señales de interés en programas de responsabilidad social que aun carecen de madurez y que son –en algunos casos- pasarelas de relaciones públicas.
Si creen que exagero, hurgen en los planes de gobierno de los partidos –y verán que el tema es sólo relleno conceptual con pompas linguísticas, sentimentaloides e ideologizadas, que son resultado del “copy and paste” sin creatividad ni adaptación del pensamiento ajeno.
Analicen los presupuestos –con honrosas excepciones- de empresas que se proclaman ambientalmente amigables y se darán cuenta que, frente a sus grandes dividendos e inversiones, el compromiso con la preservación del ecosistema raya en lo ridículo y en la ofensa a la inteligencia.
Deterioro ecológico equivale a baja calidad de la vida presente, surgimiento de virus, enfermedades, crisis en la producción alimentaria, inviabilidad de los negocios e hipoteca sobre las generaciones futuras, a quienes dejaríamos como heredad un “forêt abattu” y el riesgo de grandes cataclismos naturales.
El problema de la puesta en escena del tema ambiental, contemplado entre los derechos de tercera generación, es que, en sí mismo, nace contaminado y con un sesgo impresionante que le imprimen el “izquierdismo” fracasado, el activismo social chantajista y la proclividad de políticos empotrados en poderes del Estado a convertir todos los procesos sociales en negocio.
La creación de conciencia ambiental se distorsiona cuando no hay amplitud de miras y se vende la idea de que la industria minera es el apocalipsis o que fuera de ella este país sería un paraíso adánico. Con esta distracción, otros males ambientales de grandes dimensiones nos arropan y nos pueden ahogar sin darnos cuenta, al tiempo que nos convertimos en “espanta capitales.”
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