Constituye, desde mi punto de vista, un mensaje clave luminoso que el presidente Danilo Medina sienta y exprese públicamente niveles de insatisfacción con sus aportes desde el Gobierno para mejorar las condiciones de vida de los dominicanos.
Escuchar esto de un mandatario que ha estado gobernando con un modelo de microgerencia en el terreno, mirando, escuchando y adoptando decisiones in situ, realmente sorprende, pues no se regodea en sus resultados –que son irrebatibles- sino que asume una postura autocrítica.
Medina se proyecta entonces como un gerente hambriento de resultados más acabados y eso es altamente positivo, pues lo peor que le puede ocurrir a un gestor, a un líder –sea político o empresarial- es caer en la trampa de la satisfacción.
Sentirse satisfecho entraña enormes riesgos de estancamiento, discontinuidad, involución. Conlleva a la tentación de caer en lo contemplativo, observando con deleite la obra realizada sin percatarse de que los cimientos, víctimas del descuido, se destruyen progresivamente.
Del ejercicio de criticidad hecho por el presidente me llamó a la atención el enunciado de la falta de recursos en manos del Estado para acometer con mayor integridad la tarea de la inclusión social y de esa forma lograr el bienestar de la mayoría.
Se trata de un enfoque válido como autocrítica, porque durante su gestión de Gobierno, Medina no ha mostrado vocación por una reforma fiscal integral, desarrollista y alejada del fiscalismo voraz, que garantice el financiamiento de las políticas de desarrollo, incrementando equitativamente la presión tributaria y haciendo más eficiente el aparato recaudador.
Yo supongo que si tiene la oportunidad de encabezar un nuevo Gobierno, Medina combinará su preferencia por mejorar la vida de los excluidos socialmente con una oleada de reformas que cambie la faz de un Estado ineficiente, “chelero” y pésimamente gestionado desde el punto de vista fiscal y tributario.
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