(Dos)
1001 Películas que hay que ver antes de morir tiene 960 páginas. La primera reseña de esta variopinta selección es Viaje a la Luna de Georges Méliés, estrenada en los inicios del cine en el 1902, ubicada en la página 20. No fue hasta llegar a la página 98 cuando pude identificarme –reencontrarme– con Scarface, el terror del hampa (Scarface, the Shame of a Nation), de Howard Hawks, el primero que había visto de todas las producciones incluidas en las primerísimas 100 páginas de la obra.
Y nos asaltó una alegría de niño en cumpleaños que arrebata la piñata y se lleva a casa el gran premio. Como escribimos en la primera entrega de esta saga periodística sobre el libro editado por Steven Jay Schneider (Grijalbo, 2014), apena sobremanera cuando una y otra vez en estas selecciones aparecen títulos reiterativos que no nunca hemos podido visionar. Pero en la era del internet, poco a poco vamos saldando una deuda histórica que nos permite tener una opinión más clara sobre esos clásicos, principalmente, de los primeros 40 años del cine.
Para llegar a Scarface, el terror del hampa, un título que quizás se le hace familiar gracias a Scarface (Caracortada), el remake actualizado en el 1983 por Brian de Palma, protagonizado por Al Pacino, repasamos tres décadas: iniciando en el 1900, pasando por el 1910, el 1920 y casi finalizando los 1930. Un trecho importante que deja detrás un puñado significativo de películas aún por rastrear en las congestionadas autopistas del séptimo arte mundial.
Hollywood, como veremos a lo largo de esta serie, al repasar los 1001 títulos revisados por los críticos y colaboradores del libro, predomina en la selección del 1900-1940. No es para menos. Es el cine de referencia, nos guste o no nos guste. Y es que a lo largo de la Historia del Séptimo Arte, con mayúsculas, como establece en el prólogo Ian Haydn Smith, «con el paso del tiempo, algunas de estas películas han obtenido el reconocimiento de los críticos por su trascendencia y capacidad de innovación, mientras que incontables cintas han sido consumidas y disfrutadas por el público». Un dato curioso, es que la recopilación inicia con una película francesa.
Alemania, Francia, Suecia, Dinamarca, la antigua Unión Soviética, Gran Bretaña y Brasil aparecen, algunos de estos países incluso, con varios títulos, como parte de la diversidad y el empuje que el cine tuvo en sus primeras décadas tanto en Europa como en Estados Unidos. De 1931 es el filme brasileño, de Mario Peixoto, Límite, que se incluye en la lista. Una rareza que desde ya estamos detrás de sus pistas a ver si con un poco de suerte podemos dar con ella.
Charles Chaplin nunca ha sido un artista del cine de nuestra predilección (aunque todavía nos restan por ver muchos de sus clásicos), pero indudablemente sus aportes son irrefutables y, naturalmente, aparece con varios títulos que reiteradamente son incluidos en las mejores recopilaciones de la historia universal. Es el caso de Luces de la ciudad, de 1931, por ejemplo, considerada por el crítico que escribió la reseña en el libro como una «obra perfectamente equilibrada entre las carcajadas y el patetismo, que culmina en un final conmovedor. Uno de los mayores hitos de la historia del cine».
Apenas vamos por la página 105 de estas 1001 películas que hay que ver antes de morir, donde se ubica casualmente Sopa de ganso, de Leo McCarey, la comedia protagonizada por los hermanos Marx: Groucho, Harpo, Chico y Zeppo. Aún quedan 800 páginas que iremos devorando lentamente, títulos por visualizar –en Netflix pude ver esta semana M.A.S.H. de Robert Altman (1970)– y películas incluidas que ciertamente nos sorprenden que aparezcan aquí. Seguiremos con el tema.
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