La institucionalidad es uno de los tópicos más masticados en la sociedad dominicana, víctima de una satrapía feroz y sangrienta de tres décadas y de una dictadura ilustrada durante doce años.
Es decir, por 42 años acumulamos hambre de libertad, democracia, orden basado en la ley y no en los caprichos de los perversos que ejercieron el poder en forma aplastante, unilateral e inmisericorde.
Por eso entiendo que la institucionalización del país sea una gran tarea pendiente, un logro que anhelamos, sobre todo porque después de los períodos gubernamentales férreos, la democracia sigue siendo una suerte de aborto consumado en 1963 con el derrocamiento de Juan Bosch.
Es realmente terrible pensar que, después de los años sangrientos de Trujillo, llevamos más de medio siglo intentando encontrar el camino definitivo, en firme, hacia la democracia y la institucionalidad, pero sólo hallamos rupturas, inconsistencias y una crisis de continuidad en medio de la cual se anida la corrupción a todos los niveles.
Ne hemos sido capaces de formar una nueva ciudadanía y una clase política que abandonen el individualismo y se enfoquen en soluciones a los problemas colectivos con visión de largo plazo.
Al contrario, prevalece una dualidad que raya en la perversión: gente apostando por la institucionalidad en los manidos foros que organizan las instituciones políticas, el empresariado, la sociedad civil y, paralelamente, dedicada a la evasión fiscal, el contrabando, el tráfico de influencia, la coima, la mordida, las licitaciones amañadas, el lavado de activos, el narcotráfico y todos los males degradantes que producen dinero rápido.
Es necesario dejarlo bien claro. Se suele marchar contra el gobierno exigiendo transparencia, pulcritud, capacidad gerencial y hasta que sea una tasa de cristal sin máculas.
El problema es que esas voces emanan de supulcros blanqueados, limpios por fuera, pero putrefactos por dentro. En síntesis, esta es la democracia de la dicotomía y la hipócrita: A Dios rogando y con el mazo dando.
Estamos ante un serio problema de confianza en las instituciones y en nosotros mismos como entes que integramos la sociedad. Es como una gran telaraña. Romperla está en manos de la sociedad. Es la única responsable de esto.
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