Desde mañana, si Danilo Medina quiere, la República Dominicana podría entrar a un círculo virtuoso de reformas que lo proyectarían a futuro como el presidente de la transformación, generándole nostalgia y aprecio, aunque en el presente tenga que pagar un costo político y sacrificar su tasa de aceptación.
Sin ánimo de trazarle una agenda al gobernante, el proceso reformador debería comenzar tocando aquellos problemas ancestrales que limitan nuestra calidad de vida, creando una cotidianidad tortuosa que lleva a la gente a procurarse soluciones individuales.
Seguridad pública: Avanzamos con la nueva legislación de la Policía Nacional, pero no basta. Falta asumir decisiones prácticas, como elevar el grado de dignidad de los agentes, trabajar con el relevo policial para crear una nueva generación profesional, con vocación de servicio y bien pagada.
Agua potable y saneamiento: Es increíble que corriendo el siglo 21 este país carezca de redes de distribución de agua y que –por ser gratis- el servicio resulte ineficiente, humillante y motivador de problemas colectivos de salud que presionan las finanzas públicas. A eso se agrega el tapón institucional de un grupo de organismos manejado políticas de agua.
Transporte: No merecemos el suplicio que implica este sector en todas sus ramas. Es un servicio bajo secuestro, un mercado lleno de abusos, distorsiones, desordenado, selvático, caro y malo.
Electricidad: Con o sin pacto eléctrico e ignorando a las hienas que tienen siempre los dientes afilados para la contrarreforma, sólo basta despolitizar el sector, cumplir y hacer cumplir la ley, fortalecer la regulación con funcionarios idóneos, no filibusteros, y el Estado abandonando el rol de empresario y ciñéndose a la función de árbitro eficaz e incorruptible.
Ordenamiento del mercado: Propiciar desde una regulación sólida y sin contradicciones la competencia perfecta en el mercado para redimir a los consumidores y usuarios, víctimas de “negociantes” insaciables y antiéticos que convierten la economía dominicana en una de las más caras del mundo.
Hay que entender, sin embargo, que el Estado necesita recursos para acometer esas tareas y la presión tributaria es ridículamente baja, mientras persiste una nómina pública supernumeraria e instituciones compitiendo por el mismos rol. La fórmula es mejorar el gasto, subir los ingresos y que todos estemos dispuestos a sacrificarnos.
¿Danilo querrá ser cambio o más de lo mismo?
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