Preferí leer, no ver ni oír el discurso del presidente Danilo Medina rindiendo cuentas ante la Asamblea Nacional, porque la lectura, como dice Jorge Luis Borges, es una práctica más civil, intelectual y reposada que el mismo ejercicio de escribir.
La oralidad de los presidentes tiene bemoles que pueden alterar el sentido: el ritmo, la entonación, las acentuaciones, las pausas, los aplausos, el drama, elementos que, con frecuencia, corresponden a una teatralidad predeterminada en guiones diseñados desde una sicología de la comunicación que no escatima recursos efectistas.
Aunque en el país las puestas en escena de las rendiciones de cuentas y las comparecencias presidenciales en las cámaras legislativas suelen ser aburridas, planas y carentes de recursos de comunicación emocionantes, escogí la opción de leer el discurso de Medina para poder subrayar, volver atrás, conectar, comparar datos y tomar notas.
Luego de este ejercicio, me dediqué a examinar las clásicas y esperables reacciones de la oposición, que son las mismas en todos los tiempos, aunque, probablemente, con otros portavoces, actores políticos de nueva generación, quienes –no obstante- parecen herederos de la frase cohete para conseguir los titulares invariables de hace 30 años.
La oposición política tiene que jugar su papel y bajo ningún concepto ha de esperarse su adhesión de borrego al discurso oficialista. El gobierno, por su lado, no está para derrotismos ni enofoques pesimistas al dirigirse a sus gobernados. En ese sentido, hay que entender a estas dos partes situadas en aceras distintas. Cada una asume su rol.
Como el discurso de Medina está fundado en una narrativa que apela a la emoción y a la captura de identidad, elevando el orgullo de la gente, y a su vez incorpora cifras que le dan concreción, el trabajo de la oposición no debería limitarse a “enfoques adjetivados” o a simples slogans acusatorios como un cumplido con la opinión pública o, más bien, con la urgencia de los medios de ofrecer la versión oficial y la postura alternativa.
El reto debería ser –si la oposición fuese consistente- desmontar una por una las cifras ofrecidas por el mandatario, lo cual supone un trabajo arduo, técnico, que debe citar fuentes críbles, ser honesto y respetuoso de la inteligencia de la gente. Estemos claros: ese discurso de Medina es difícil de atacar con recursos que no sean los “lugares comunes” propios de la baja calidad de la política.
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