En la República Dominicana, el gobierno de Luis Abinader se enfrenta a un creciente descontento ciudadano que se traduce en una alarmante pérdida de credibilidad. Cada día que pasa, la confianza en su administración disminuye un 10%, y esta tendencia no parece tener freno. La esperanza de reformas significativas y una mejora palpable en la calidad de vida se ha evaporado, dejando a la población con un sabor amargo: las promesas electorales se han quedado en meras intenciones, sin resultados concretos que las respalden.
La falta de creatividad en el círculo cercano del presidente se hace evidente. Estos conspicuos asesores parecen haber perdido la capacidad de idear propuestas innovadoras que realmente aborden los problemas urgentes que aquejan al país. En lugar de soluciones viables, se opta por estrategias de comunicación vacías, que no hacen sino perpetuar una realidad que cada día se vuelve más insostenible para los dominicanos.
La desconexión de la clase política con las preocupaciones del pueblo se manifiesta de diversas maneras. Un claro ejemplo es la actitud de la senadora Faride Raful, que se comporta como si aún estuviera en la tribuna del Senado, ignorando el clamor popular en el caso de Azua. Esta falta de respuesta ante temas candentes solo profundiza la desconfianza hacia los políticos y destaca una preocupante desconexión con la realidad que vive la ciudadanía.
Uno de los problemas más latentes es el caos en el suministro de energía eléctrica. Los constantes apagones y la falta de un servicio confiable no solo afectan la calidad de vida de los ciudadanos, sino que también ponen en jaque la productividad de nuestras empresas. A esto se suma la gestión del Intrant, que ha sido objeto de críticas por su incapacidad para manejar el tránsito y la movilidad en las ciudades, generando un verdadero caos en las calles y descontento entre los conductores.
Sin embargo, lo que realmente preocupa es la reciente controversia en torno al avión de Maduro. Este escándalo ha captado la atención internacional y plantea serias interrogantes sobre la política exterior dominicana. No solo se pone en duda la imagen del país, sino que también se cuestionan las alianzas políticas que se están forjando, así como la seguridad nacional en un contexto cada vez más complicado.
En la República Dominicana, todos se consideran expertos en política y béisbol, pero lo que realmente necesitamos son soluciones efectivas. Un gobierno que escuche y responda a las necesidades de su pueblo es esencial en tiempos de incertidumbre. Es hora de dejar atrás los engaños mediáticos y las agendas faranduleras que intentan ocultar la dura realidad que enfrentan los ciudadanos. La falta de autoridad y dirección se siente en cada rincón del país, y es momento de exigir un cambio real, uno que no se limite a pan y circo, sino que ofrezca un futuro mejor para todos.
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