Las páginas de la historia se nutren del constante accionar del hombre, en la búsqueda del sagrado ideal de la libertad. De nuestra incansable lucha por no perderla, si la tenemos o conquistarla si nos falta. También aparecen en este escenario de la historia, aquellos que dedican su existencia a la expropiación de esta.
Según Wikipedia, libertad es “aquello que permite a alguien decidir si quiere hacer algo o no, lo hace libre pero también responsable de sus actos, en la medida en que comprenda las consecuencias de ellos”.
“Hacer algo o no”, de lo que está permitido por la ley que nos vincula a todos, de ninguna manera queda expresado que usted pueda hacer lo que su capricho le dicte. Es un llamado de igualdad de todos los individuos ante la ley.
De acuerdo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para coronar su definición de libertad, afirma: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no provoque daño a otro”.
Estos conceptos se encargan de asegurar, que existe igualdad entre todos los individuos, ante la ley, es decir se patentiza una relación jurídica entre individuos y de estos con el Estado.
En la familia, donde lo más importante no es la relación establecida jurídicamente, sino que asume una mayor importancia el conjunto de valores, puestos sobre la mesa al momento de decidir la formación de esta. Lo jurídico solo ve consecuencias, no ve causas ni actúa sobre ellas.
Allí, en la familia, donde el individuo sin dejar de serlo, permite que se expresen las cualidades que le hacen único, como persona. Donde la privacidad se hace dueña de las decisiones, las libertades deben girar necesariamente alrededor de los valores puestos en juego.
El conflicto existente a lo interno de la familia, de nuestras comunidades de escasos recursos económicos, es entre el donante de la libertad y el beneficiario de esta. El donante no sabe o tiene una noción muy limitada sobre, cuánto y cómo dar y el beneficiario no sabe cómo recibir, ni qué hacer con lo que recibe.
La libertad no tiene sentido, si los derechos que ella nos entrega son utilizados para malos propósitos.
Queremos ser libres no para odiar, sino para compartir como iguales, en el sano propósito del desarrollo familiar.
La libertad mal entendida, nos lleva a la ruina, a la cárcel o la muerte.
El ejemplo histórico, de daños provocados por no entender la libertad, es el de Haití.
Este pueblo proclamó la abolición de su esclavitud en 1801. Los ya libertos se negaron a trabajar, para mantener la producción, porque “el trabajo es asunto de esclavos, y yo no lo soy”, hasta el punto que su primera Constitución, hubo de penalizar la vagancia. Asesinaron o hicieron escapar, a los que sabían utilizar el aparato productivo y luego destruyeron este, como una forma de borrar todo vestigio de su antigua condición. Al final solo quedaban los suelos, y aunque les tomo un poco más de tiempo, también lo depredaron.
Así, nuestros vecinos, en solo un breve parpadear de la historia, pasaron de ser “la colonia esclava más rica del mundo, al país libre más pobre del mundo”. Todo por no saber qué hacer con la libertad adquirida.
En honor a esa libertad, mal entendida, nuestros jóvenes, de ambos sexo, han tomado las calles para derrochar sus fuerzas y posibles talentos en, drogas, atracos, homicidios, promiscuidad y prostitución.
Una buena parte de estos han convertido el arte musical en un vehículo para transmitir el más depravado irrespeto a la sociedad.
De igual manera ocurre entre adultos que son parejas, el mal entendido concepto de libertad, está produciendo muertes, que mantienen a la sociedad escandalizada.
Con su actuación, además arrastran a sus familias, a su comunidad y al país, a padecer el desorden, la inseguridad, violencia y la delincuencia.
Este es el escenario propicio, para que las familias, fundamentalmente, las residentes en las comunidades consideradas pobres, sean invadidas por trabajadores sociales, especialistas de la conducta humana y programas especializados, en asistencia a las familias. Con la declarada misión de ayudar a establecer y mantener el equilibrio en la democracia familiar.
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