El ADN de nuestra existencia ciudadana está ubicado en el centro del escudo, de la bandera nacional; existe allí, como muestra de que todas nuestras acciones, están, o deberían estar sustentadas en ese principio, expresado en Juan, capítulo 8, versículo 32: Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libre.Esa inscripción en el núcleo de la bandera, que es la célula mínima de la inspiración patriótica, no permite que se tomen decisiones, contrarias a la verdad, sin que se falte a la patria. Faltar a la verdad, es faltar a la patria.
Todo individuo, toda persona; formada fuera de este fundamento es un pasivo social, que se expresará en atentados contra el buen desarrollo de la sociedad. No importa cuanta ciencia contenga su currículum, tampoco el dinero o el poder político que posea: cuanto más, peor el daño. Una persona formada, sin el fundamento de la verdad, es un arma preparada para atacar a la patria.
Dos caminos, en cuanto la sentencia bíblica en el centro del escudo nacional, se obedece o se elimina, las cosas de Dios no se deben usar como elementos decorativos.
Las desgracias, que con frecuencia acarrean el caudal de lágrimas a la sociedad, tienen como base una mentira. Mentiras en la familia, en las escuelas, la justicia, en las instituciones oficiales y civiles. En todos los casos, para perseguir el logro de algo, que la verdad le prohíbe. Siempre a conciencia, de que actúan en contra de los fundamentos, sobre los que se erige la sociedad.
Este panorama nos coloca frente a una situación de institucionalización de la mentira. Cuando esto ocurre, no hay posibilidad de una familia sana, de una escuela sana, y por consiguiente no habrá una comunidad sana.
Entendido esto, no hay razón para emitir el grito interrogativo de: ¿Qué está pasando en esta sociedad? Una mentira más. Sabes con certeza lo que ocurre, pero no estás dispuesto a reaccionar, quizás porque hacerlo lesiona tus intereses, porque eres víctima de extorsión, chantaje, cobardía o simple apatía.
Esos mentirosos salen de nuestras familias, escuelas y comunidades, así es que, no nos son extraños. Ocurre, que nos hemos acomodado a la mentira, al engaño y a la corrupción.
La venda de la justicia se ha corrido, ahora esta mira con detenimiento a quien condena y a quien libera; su imparcialidad se alejó de Juan 8:32. Como consecuencia de esto, se puede afirmar que la mentira es la institución más fuerte e influyente, de nuestro momento social.
Un ataque frontal, al núcleo de nuestro centro de valores.
La escuela, la familia y la comunidad son parte del problema. Habría de darse a lo interno de estas instituciones un acto revolucionario que ponga fin al derrotero que nos arrastra hacia la destrucción. Hacerlo requiere de un ejercicio sacrificial, pues posiblemente, tengamos que herir carne y sentimientos de nuestros hijos, hermanos y amigos. Cosas raras para estos días, en que el sacrificio es solo atribuible a personajes de nuestro pasado y cuyos nombres solo afloran, cuando queremos dar brillo al discurso en que se ampara nuestro engaño.
Mentimos en nombre de Cristo, hasta cuando oramos por la salud de un hermano, sabiendo que no tiene con que comprar el medicamento, para restablecer la salud y a nosotros, nos sobra con que apoyarle y no lo hacemos.
Mentimos, en nombre de Duarte, Sánchez, Mella y Luperón. También de Juan Bosch, Balaguer y Peña Gómez cuando anteponemos nuestro mal habido bienestar personal, perjudicando al bienestar colectivo; mediante la ejecución de acciones fraudulentas, en el uso del bien público.
Las mentiras referidas a la actuación, en contraposición con nuestros antepasados milenarios, centenarios y recientes, podría atribuirse al desconocimiento de la historia o quizás a una interpretación, que se ha visto afectada, en el tiempo. Pero resulta que la mayoría de las grandes mentiras se pronuncian al amparo del escudo nacional y la propia Biblia, que están siempre presente; no como parte de la decoración, sino como un recordatorio de la razón de nuestras vidas, que es la búsqueda de la verdad.
La escuela debe buscar inspiración, en el escudo nacional y en sus grandes líderes del pasado, lejano y reciente. La familia y la comunidad, por igual. Que no se trate de solo despolvar las imágenes, sino de seguir sus testimonios, que en ningún caso, les inducen a vivir en la mentira.
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