Durante una conversación en radio sobre sus vivencias, el reconocido arquitecto Gustavo Moré lanzó una advertencia sobre la ciudad de Santo Domingo que me pone en reflexión cada vez que conduzco en la calle y me eleva el temor (terror) de un colapso con ribetes apocalípticos.
Decía el reputado profesional, entrevistado por Patricia Mora y quien suscribe en nuestro programa “Antes que te acuestes”, por la Nota 95.7 FM, que la urbe se sitúa como la más activa del gran Caribe en ejercicios constructivos, manifestaciones artística, cultural, social y gastronómica.
Pero llamaba la atención sobre la situación del tránsito como la gran amenaza que, si no halla remedio, impedirá a la ciudad dar el próximo paso para convertirse en un conglomerado urbano referencial, generador de grandes oportunidades de negocio y de creación de riquezas para el país.
Con inocultable convicción, Moré no tuvo el más mínimo rubor para manifestar que el gobierno debió haber aplazado la entrega del 4% del PIB para educación y llenar la ciudad de líneas del metro, impulsando soluciones colectivas de transporte para una movilidad urbana fluida.
La estabilidad económica, la baja en el precio del petróleo y las facilidades crediticias de las instituciones financieras nos han permitido resolver, desde el punto de vista individual, nuestras necesidades de locomoción, elevando en cierta forma el nivel de dignidad de las personas, pero resulta que es cada vez más grande la cola de carros en las calles a toda hora.
Justo en el fin de semana, mientras me encontraba atascado en la avenida Winston Churchill a plena 10:00 de la noche, me decía que pronto tendremos que realizar todas las reuniones de trabajo y de negocio por Skype, porque –no hay dudas– los “tapones” terminarán de hundir la productividad.
Lo peor es que este caos dinámico ocurre en un escenario en que prevalece el crecimiento desordenado de la ciudad, un uso de suelo a la libre, que mezcla edificios residenciales sin límites de altura, escuelas, colegios, supermercados, tiendas, estaciones gasolineras, plazas, malls, dando origen a un desastre, una neurosis urbana aniquilante.
Me imagino que, si las políticas públicas inteligentes no intervienen, en cinco o diez años el colapso total urbano, con todas sus consecuencias, será un hecho.
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