El poder ciudadano ejercido con alto criterio de bien común tiene la posibilidad de forzar cambios en la sociedad por encima de las propias instituciones y del liderazgo político. Cuando se alza unificada la voz del pueblo, no hay otra opción que escuchar y actuar.
Nuestro país tiene muchas fallas institucionales y algunas de ellas impactan directamente en la vida cotidiana de las personas, su dignidad, desarrollo personal, crecimiento familiar, libertad económica y decisión sobre su futuro.
Lo peor es que, en general, nos hemos habituado a la pobreza institucional, la asumimos como parte de la cotidianidad y de la cultura, en un ejercicio de conformismo que nubla la conciencia y crea una resignación casi indestructible.
Si pensáramos a fondo en el daño que genera en nuestra vida ciudadana –en cada individuo o agente económico- la crisis de regulación en el mercado, tomaríamos todos en masa la ruta hacia el Parque Independencia para, desde una barricada, protestar todos los días.
Si tuviéramos conciencia sobre el desvío y la pérdida de riquezas que sufrimos cada día, la expoliación a la que somos sometidos por falta de competencia en la economía, reclamaríamos el funcionamiento de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (Procompetencia) con la misma energía con que demandamos la aplicación del 4% para la educación.
Las prácticas aberrantes, desleales y salvajes entre entes que ofertan bienes y servicios en este país nos acarrean grandes costos, limitan la capacidad de selección y disminuyen las opciones para los consumidores por la influencia de los monopolios y los oligopolios.
¿Y qué decir de la calidad de lo que nos venden? Sufrimos en esto una gran ofardad precisamente por la falta de aplicación de las reglas de competencia, bajo el contubernio de una élite política en las garras de los poderes fácticos que dictan –de acuerdo con sus intereses- cómo deben ser las relaciones entre los agentes económicos.
Sólo el poder ciudadano puede romper esto. Hay que perder el miedo. Hacer ciudadanía contra el poder en todas sus expresiones es la clave.
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