Jackie representa una oportunidad perdida. Bueno, no del todo dirán algunos, puesto que ahí está la nominación al Oscar de la actriz Natalie Portman para atestiguar lo contrario. Pero aún ese reconocimiento es esencialmente discutible.
Muy pocos conocen hoy a Jacqueline Kennedy, probablemente la más admirada Primera Dama de la historia contemporánea estadunidense, y quien fuera además, un icono cultural y de la moda de los años 60.
Así que un acercamiento a aquella legendaria figura, y por consiguiente, al rol jugado por ella como testigo excepcional del asesinato de su esposo, el presidente John F. Kennedy, aquel fatídico día en Dallas, prometía ser la mar de interesante y sugestivo.
Sin embargo, Jackie, según el director chileno Pablo Larraín y el guionista Noah Oppenheim, fue solo una mujer menuda, débil e insegura, (es notoria su constante búsqueda del apoyo y aprobación de su secretaria), y en fin, un manojo de nervios, con el cual por supuesto, difícilmente puede el espectador simpatizar o identificarse.
Por lo tanto, uno no puede dejar de preguntarse, ¿Cuál fue el propósito de este enfoque? ¿Qué es lo que realmente quiere el director Larraín? Si su interés era humanizar la figura de Jackie Kennedy, el film está muy lejos de allí; primero por el desconocimiento y la descontextualización histórica del personaje, y segundo, en virtud de una concepción errada del mismo que no permite ver en detalles al individuo o ser humano que hay detrás de la figura pública.
Ambientada en los días inmediatamente posteriores al asesinato de Kennedy, la película Jackie intenta, en clave de drama, poner en perspectiva la tragedia, el dolor y la traumática vivencia que representó aquel episodio, para quien fuera la esposa del malogrado presidente de Estados Unidos.
Pero el film en ningún momento atrapa o seduce a la audiencia. Se siente como una tarea obligada con la que se cumple porque alguien lo ha pedido, pero no porque nos entusiasma, conmueve o impacta con alguna revelación.
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Ahora bien, dado que se trata de recrear las consecuencias o repercusiones psicológicas de un hecho histórico, para algunos espectadores su mayor recompensa será poder descubrir algo interesante en el material de archivo al que ineludiblemente recurre la producción.
Lo grave de esta situación es que para quienes conscientemente arriben a este punto, lo habrán hecho porque la película se habrá tornado más bien irrelevante, y la actuación de Portman, aunque por momentos luce correcta –algunos segmentos de la entrevista– en otros es incapaz de transmitir emoción alguna o desconcierta con un acento que se revela como una distracción. Su actuación por además, refleja cierta desconexión con el personaje (deambula en exceso, por ejemplo, la Casa Blanca).
Este pudo haber sido un sólido y contundente estudio de personaje, pero Portman nunca captura la esencia del mismo, y la culpa no es solo de ella, sino de un guión impreciso y fraccionado. Al final, su caracterización queda como un noble esfuerzo que se pierde entre la caricatura y la mímica.
El tono del film, por otro lado, es gris y mustio, tal vez en exceso, puesto que no hay balance a lo largo de la narración. La música de Mica Levi, sin embargo, es lo único que parece tener sentido en este mundo descompuesto. Su trabajo es probablemente, además de la ambientación, el mejor logro de la película.
Jackie comienza con el arribo de un desconocido periodista –presuntamente Theodore White de la revista Life, a quien la entonces viuda concedió una entrevista – en Hyannis, Massachusetts, y a quien a continuación plantea en retrospectiva lo sucedido.
Esta estructura narrativa fue el catalizador usado por el director Larraín para echar a andar su relato. Pero la misma, aunque ambiciosa, constituye tal vez el principal hándicap del film.
Es decir, como consecuencia de este enfoque narrativo, el director recurre al flashback, una y otra vez, y en ocasiones al flashback dentro del flashback, lo cual innegablemente no solo disgrega la historia y fragmenta el pulso narrativo, sino sobre todo, no permite una aprehensión e identificación plena con el personaje central.
Ni siquiera en los momentos más importantes o dramáticos de su vida –el famoso tour de la Casa Blanca, o la horrible experiencia en Dallas– consigue Jackie desprenderse del sopor y la carencia de energía y entusiasmo que la contiene.
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